La exposición de la artista Natividad Navalón en el IVAM de Valencia “La maleta de mi madre” nos parece una reflexión sobre la vida que no podemos perdernos.
La muestra, esta conformada por cinco instalaciones recientes e inéditas que giran en torno a la poética de la transmisión de valores entre madres e hijas. “La maleta de mi madre” está concebida como un recorrido por los ciclos de la mujer en la misión de transmitir el legado de su paso por la vida.
Toda la exposición se articula como una pieza teatral que se despliega de la niñez a la pubertad, de la llegada a la vida adulta a la separación y por último a la pérdida de la madre. La narración, plagada de referencias literarias a autoras como Elena Poniatowska, Soledad Puértolas, Lisa See o Amy Than, evoca la voz de la hija que un día se convierte en madre, toma su relevo y adquiere la responsabilidad de transmitir de nuevo el legado a sus descendientes.
En la instalación El sueño de vivir estamos rodeados de objetos de la madre que transmiten bienestar intenso, calor, seguridad y confianza. En el arte, el pelo se utiliza a menudo como símbolo de familiaridad y feminidad. En la obra de Navalón Sentir el calor de mi morada unos cabellos largos de mujer salen de debajo de la almohada y se encuentran encima de la enorme cama blanca y llana de la madre.
Por tanto, los primeros años de vida de una niña son los más importantes para el desarrollo hacia la mujer. A las niñas que se van haciendo grandes les gusta rodearse de objetos y ropa de su madre.
Con su escultura Buscando esa mujer hay un bolso sobredimensionado en medio de la sala. Una niña con falda corta mete la cabeza en éste para registrar su contenido, según parece. Así, a través de la búsqueda de añoranzas y deseos sin cumplir, se sumerge en la personalidad de la madre y se identifica con ella. En la investigación de la relación entre madre e hija, ésta última todavía tiene un papel secundario en esta obra. Solamente en De madres a hijas la madre y la hija son iguales.
La instalación De madres a hijas muestra veintiocho sillas grandes de metal dispuestas en parejas enfrentadas. Sobre cada par de ellas hay un extenso lienzo blanco que las une y que llega hasta el suelo. El paño puede representar un cordón umbilical sin cortar, o su ruptura cuando ha caído. La niña se ha hecho mayor y está sentada frente a su madre, a la misma altura que sus ojos, en una posición que expresa un diálogo o una confrontación. El enfrentamiento simboliza la igualdad de madre e hija.
La instalación La maleta de mi madre consiste en doce maletas de bronce y fieltro, que están colocadas contra la pared. En la pared se puede leer lo siguiente:
“Recuerdos, indecisiones, sueños y fracasos, consejos, presencias, deseos, ilusiones, dudas y naufragios, la tristeza, ?mamá, ¿ésa, dónde la pongo?’. Ahora, sola, ya no era una hija, ahora solo era una madre, tenía que pasar el legado que todas las madres tienen el privilegio de transmitir a sus hijas.”
Las maletas contienen simbólicamente todo lo que integra la madre: la ropa, el olor, el recuerdo de tiempos pasados y el deseo de volver a tenerlo todo en mente. La vida se entiende como una transición en la que la niña experimenta todas las fases de la madre y en la que junto a la maleta se hace cargo también del papel activo de ella.
La escultura Tiempo de arroz y sal se compone de una barca de plomo, de aproximadamente catorce metros de largo y nueve metros de ancho, lleno de toallas blancas enrolladas. La barca simboliza la partida y cambiar de vida. Las toallas representan pureza, inocencia, virginidad, tradición y limpieza. La joven se encamina al futuro, y repite, a su propia manera, el ciclo vital de la madre. Ahora sigue el camino sola; ya no tiene la madre enfrente. Se ha realizado la independización. La barca simboliza la despedida y la transición hacia una nueva vida.
Navalón termina su viaje por la vida de una mujer con la instalación El paso del legado. Esta obra se compone de siete láminas de agua, azul oscuro, de diez centímetros de profundidad, y quince metros de largo cada una. En un extremo de cada lámina hay una banqueta blanca sobre la cual ha sido colocada una toalla también blanca. La madre ha desaparecido en el agua, dejando sumir, para siempre, su cuerpo en la naturaleza. La madre ya no está. Una meditada y silenciosa atmósfera llena la instalación y la sala. Situada en un extremo vemos la escultura en fibra de vidrio de una niña intentando introducirse en la pared. Un nuevo ciclo vital está a punto de empezar con nuevas madres e hijas.
En el arte, el agua representa el transcurso de la vida que desemboca en la muerte, tal como el río en el mar. El agua expresa la esperanza de una muerte en paz, cuando la ola apacible se mueve imperceptiblemente de una vida a la otra.
El alma sobrevive a todos los ciclos y procesos, vive en nosotros sin ningún esfuerzo por nuestra parte. La llevamos dentro de nosotros, rodeados de la infinidad de la existencia.
Esperamos que os guste.
Lugar: IVAM
Fechas: del 18/12/2009 al 21/02/2010